En Los Cabos, donde el horizonte marino se funde con la arquitectura contemporánea y la tradición espiritual, este vitral fue concebido como un elemento de contemplación y carácter.

La composición parte de una cruz de cantera de más de cuatro metros de altura, enmarcada por una serie de cuadros de color que proyectan una vibrante secuencia de luz sobre el altar. Cada tono fue seleccionado para dialogar con la piedra, con la herrería, y con el paso del sol durante el día.

Integrados en muros estructurales y rodeados por marcos de cantera, los vitrales no solo iluminan el espacio: lo definen. Logran un equilibrio entre lo simbólico y lo estético, generando una atmósfera de recogimiento donde lo sagrado se experimenta también a través del diseño.

Este proyecto refleja cómo la luz puede ser un recurso arquitectónico y espiritual al mismo tiempo, y cómo el arte del vitral sigue siendo, hoy, una forma de trascender.